ER Diario
22/06/2020

Acerca del Aislamiento –y el Distanciamiento– Social Preventivo y Obligatorio o de la reconfiguración de la cotidianeidad, una vez más

Una reflexión sobre el tiempo, el miedo y la libertad.

Por Sebastian Rigotti

Al borde de cumplir los noventa días de iniciado el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio, aún vigente en algunas zonas del país; y a una quincena del Distanciamiento Social Preventivo y Obligatorio, solamente con vigencia en otras zonas del territorio nacional, es una buena ocasión para retomar algunas reflexiones.

 

Perder

Muchas personas se han referido a a las consecuencias de “Perder el año”, ya sea económico, educativo, deportivo, u otro. Significar el tiempo en esos términos obedece a la lógica del capital, que no solo implica la búsqueda de la máxima ganancia sino también una específica y determinada concepción del tiempo. En otras palabras el tiempo es pensado a partir de distintas medidas y rótulos, tales como “Presupuesto”, “Año lectivo”, “Temporada/Torneo”, entre otros. Así, pues, la lógica de cumplir “objetivos” en determinados “plazos” es lo que redunda en “Perder el año”.

Ahora bien, cuando se habla de “cumplir” con los “objetivos” para no “perder” nunca se pone en tela de juicio ni qué significa perder, ni cómo se dirimen esos objetivos ni cuál es su finalidad, así como tampoco qué ni con quién estamos cumpliendo. Los acontecimientos de gran magnitud, tales como esta pandemia, asestan mazazos en la reproducción continua de muchas aristas de la vida social. ¿En qué momento nos preguntamos por las condiciones de posibilidad de la pandemia? ¿Cuándo nos interrogamos por la reproducción de la lógica que rige nuestras vidas?

Luego de tantos días, semanas y meses de aislamiento y de distanciamiento, lo que hemos logrado es imponer la misma lógica a la pandemia: cumplimos con metas (o “fases”) para (tratar de) recuperar lo que hemos perdido y así reproducir cuanto antes, ahora sí, una “nueva” normalidad.

Quizás debamos preguntarnos si la reflexividad y la crítica deben ser distinguidas de la capacidad de reacción inmediata y el multitasking: bíos y zoé no son sinónimos.

 

¿Quién?

Tal y como mencionamos oportunamente, a partir de considerar el espacio como una rejilla en la que todos/as ocupamos posiciones, la lógica del control y de la vigilancia transforma a cada vigilante en un camarada y a cada camarada en un vigilante. Ahora bien, la presuposición de que todos los recovecos urbanos son alcanzados por la mirada de cualquiera tiene como efecto una ilusión de transparencia: todas las personas en todo espacio se ven todo el tiempo. Sobre este pilar, entonces, se construye el interés por identificar quiénes portan el virus. Sin embargo, es desde este punto de vista que debe comprenderse la curiosidad de saber “quién” se contagió: no sólo para aplicar los protocolos sanitarios o médicos, sino para aislar, sancionar y estigmatizar a esa/s persona/s.

Un claro ejemplo es lo que podemos leer, escuchar y ver en los medios de comunicación de cualquier índole –incluso las redes sociales–, que habilitan las opiniones de las personas. Los primeros comentarios se dividen entre las críticas al gobierno de turno y la exigencia de hacer público el nombre de la persona infectada. Si todo es transparente, entonces es lógico pretender la publicidad de los datos que permitan saber quién se ha contagiado, ya que no solamente permite aislar-sancionar-estigmatizar, sino también trasladar esa operación al espacio que ocupa y por el cual se ha desplazado, lo que habilita a que se haga lo mismo con los nexos epidemiológicos, y así sucesivamente.

Ahora bien, esta lógica no reconoce ni género, ni edad, ni profesión, por lo que se transforma en la contracara del virus, de la pandemia y del aislamiento/distanciamiento: cualquier ser humano puede ser afectado y cualquier lugar puede quedar circunscripto mediante bloqueos sanitarios u otras medidas que aíslen-estigmaticen-castiguen.

 

Miedo

No son pocas las opiniones que aluden a los medios de comunicación como “difusores”, “propagadores” del miedo al contagio. Sin embargo, debemos comprender que los medios no originan sino que intervienen en los procesos de construcción de sentido, los cuales tienen un sedimento histórico que, claro, se modifica con mayor o menor rapidez. Aquí debemos tener presente que aquellos procesos y su historia dependen de los distintos conflictos sociales que los constituyen. En otros términos: el sentido que le atribuimos al mundo depende del resultado de las luchas por esa atribución, pero de ninguna manera aquél subyace en las cosas mismas.

Así, pues, el miedo es, desde hace siglos, uno de los ejes rectores –no son pocos/as quienes afirma que es el eje rector– de las relaciones sociales, y más específicamente de las relaciones de gobierno de los sistemas político-económicos. Nunca está de más tener presente que en la historia (no tan) reciente de nuestro país hemos constatado cómo se vinculan gobierno de facto-valorización financiera-desindustrialización selectiva y los sectores impulsores y beneficiarios de ello, por un lado, y la llamada cultura del miedo –“No te metás”, “Algo habrán hecho”, “Por algo será”– y del individualismo posesivo, por el otro.

Sin ánimos de trazar una analogía, sino de presentar un ejemplo claro a riesgo de simplificar, de cómo se entrelazan política-economía-cultura que nos permite añadir dimensiones de análisis a la situación actual. La dicotomía economía vs. salud ha comenzado a compartir cartelera con la de libertad vs. salud. En ambos casos, lo que se invisibiliza es que se trata de la libertad del individualismo posesivo, cuya expresión fundamental es la propiedad privada, que obedece a la lógica del capital a la que ya aludimos anteriormente. En ambos casos, pues, la salud es significada en los términos de un Estado que interviene en distintos niveles sobre la libertad de individuos. En este punto es que cabe preguntarse: ¿hay algo mejor que el miedo para explicar/justificar por qué debemos luchar contra un Estado que coarta la libertad individual posesiva? O bien, lo contrario: ¿hay algo mejor que el miedo para explicar/justificar por qué debemos luchar contra aquellas personas que no les interesa la intervención del Estado para que volvamos lo más pronto posible a la normalidad de la libertad individual posesiva?

De lo que se trata, entonces, es de visibilizar los puntos de articulación que el miedo solidifica para invisibilizar otra cuestión: ¿es posible construir las condiciones de posibilidad para que existan relaciones de reconocimiento y cuidado que permitan romper con las dicotomías mencionadas y sus efectos? ¿Es posible pensar que la libertad debe ser pensada en su –necesaria, indisociable– relación con la igualdad y las distintas expresiones de reconocimiento y cuidado? A partir de ello, quizás, el tiempo de la pandemia y de la cuarentena sea más breve.

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